Ya está hecho. A pesar de haber
tardado más años de lo esperado en dar el paso, por fin he
terminado de ver Los Soprano. No me avergüenza decir (en todo caso
me sucede justo lo contrario) que me decidí a visionarla para cerrar
ese triunvirato imprescindible para todo amante de las series que
esta ficción sobre la mafia comparte, en mi opinión, con The Wire y
Breaking Bad.
En resumen, podría decirse que entré
en la serie como espectador neutral y por momentos casi forzado. Pero
no quiero dedicarles unas líneas a dicha entrada, sino a mi salida
de la misma tras seis temporadas que han supuesto para mí una
experiencia irrepetible. Este último es el único adjetivo
medianamente acertado que encuentro para Los Soprano. Un calificativo
no demasiado original, pero absolutamente lleno de sentido.
De hecho, me cuesta recordar un momento
en el que haya usado la palabra irrepetible con mayor intención.
Creo que solo puede atribuirse a aquellos elementos que aunan con una
sincronía involuntaria el buen hacer interno con circunstancias
ajenas. En palabras de su propio creador, David Chase, “cuando el
trabajo duro tiene como resultado la trascendencia, nadie se acuerda
de lo duro que ha trabajado. Lo único que perdura es pura magia”.
Porque por más que la serie cuente con una excelente calidad de
actores, guiones, personajes o escenarios, nada sería lo mismo si no
esta no hubiese tenido lugar en los años en que lo hizo,
concretamente entre 1999 y 2007.
Muchas cosas han sucedido entre estos
años donde los avances nos hacen perder incluso la noción de cómo
era nuestra vida antes. Lo que vemos en pantalla, como no podía ser
de otra manera, también ha sucumbido a los 'encantos' de la
globalización y la inmediatez. Creo que sabes de lo que hablo: 95%
de actores y actrices sacados de catálogos de belleza, un ritmo
vertiginoso para enganchar al espectador que se come la propia
historia o el hecho de que un spoiler final valga más que 20, 30, 40
o 50 minutos de buen metraje.
En el umbral de la modernidad entendida
como el momento actual, Los Soprano fue capaz de mantenerse ajena a
esta tormenta que empezaba a arreciar. Y lo hizo a través de la
confianza en un modelo de trabajo y resultados por el que hoy pocos
apostarían. Riqueza de los diálogos, importancia capital de las
emociones, ritmo pausado, ausencia total de ficción o uso comedido
de las escenas de sexo o acción. Me permito dudar sobre el éxito de
algún proyecto similar ahora que existen innumerables y constantes
producciones y plataformas de emisión. El 'aquí y ahora' no lo
permitiría.
Los Soprano lo consiguió. Más allá
incluso de su calidad infinita, su carácter atemporal es su mayor
legado. Tras haberla disfrutado, no puedo evitar esbozar una sonrisa
al recordar esos pensamientos que venían a mi cabeza en los primeros
episodios: “hablan demasiado”, “es muy lenta”, “ los
capítulos duran casi una hora y apenas pasa nada”. Es muy posible
que hayas visto la serie y hayas dicho o pensado algo así para,
posteriormente, comerte con gran gusto tus palabras, tal como me ha
sucedido a mí. Dudo que fuese capaz de atreverme a continuar hoy con
una serie que me llevase a pensar de ese mismo modo, pues tengo una
lista de espera inmensa llena de cosas que quiero ver y no voy a
perder el tiempo con nada que no me convenza rápidamente.
En el peor de los casos, si ninguna
serie te entusiasma durante una temporada, Los Soprano siempre pueden
volver a tu vida. Si es que alguna vez consigues que se vayan.
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