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  1. Un traspiés inolvidable

    lunes, 15 de junio de 2015

    Él nunca había sido especialmente bueno en lo que a la relación con chicas se refería. Era consciente de ello desde sus años mozos, en los que esta situación llegaba a inquietarle, si bien con el paso del tiempo había conseguido verlo como una simple cuestión de paciencia que finalmente parecía estar dando sus frutos.

    Tanto era así que, casi sin darse cuenta, se había instalado en un plano totalmente distinto a ese en el que había crecido. Poco más que el recuerdo quedaba ya de aquel niño tímido e inseguro, cuyo verdadero problema, pensaba tras todos estos años, era la costumbre de poner los intereses de los demás por delante del suyo propio.

    Ensayo y error, se decía a sí mismo. Tras numerosas experiencias, en su mayoría fallidas, había sido capaz de recoger las lecciones necesarias para que esos momentos incómodos y a veces traumáticos, con la chica guapa de turno como artista invitada, no volvieran a repetirse.

    Lo cierto es que su evolución fue tan buena que incluso se permitía el lujo de echar de menos aquellos miedos de su niñez, tan superados a día de hoy que daban la impresión de pertenecer a la vida de otra persona, no a la suya. Todo parecía flotar tranquilamente en un mar de estabilidad emocional. Hasta que empezó a intercambiar impresiones con ella.

    Por muchas vueltas que le daba, aún no sabía el motivo concreto por el cual aquella mujer, pues lo era a pesar de su juventud, le llamaba tan poderosamente la atención. Quizá fuese su valentía para admitir que no le gustaba del todo su vida, a lo que acto seguido unía la certeza de que saldría de ella porque era consciente de que contaba con la capacidad para ello.

    Unos rasgos de personalidad ciertamente diferenciadores que, unidos a varias aficiones e ideas en común, llevaron a aquel tipo que tanto creía saber ya de la relación con el sexo opuesto a contarle a ella en 10 días ciertas cosas que no habría dicho a otras en años. Era oficial, la situación le desconcertaba. Y disfrutaba de la sensación.

    Fue ese el momento en que sus dos "yo" entraron en conflicto. Mientras el más joven de ellos susurraba que la atracción que estaba floreciendo merecía cuidados y delicadeza, así como alejarse de prisas innecesarias, el mayor lo apartó con un arrogante manotazo en la cara para quedarse con el terreno libre y despejado para actuar.

    De repente, todo parecía tan fácil que aquel Don Juan de pacotilla sólo tenía que esperar al, en su opinión, evidente desenlace de los acontecimientos al que los días previos le conducían. Dicho y hecho. Tras un par de cervezas y el camino a casa, inclinó su cabeza de manera suave para que aquella atracción sumase un buen beso a todas aquellas interesantes conversaciones de los días anteriores.

    Sin embargo, ella se apartó, también con suavidad, dejando al mujeriego novato en medio de la nada. El momento ni siquiera fue violento. Los dos se despidieron amigablemente, tras lo cual él no pudo más que reflexionar sobre lo que le había sucedido en las últimas dos semanas y cuyo final fue el más inesperado posible.

    Tras varios días dándole alguna que otra vuelta, finalmente lo comprendió. Era su amiga. Ella lo sabía desde el principio, pero él se negó a verlo por ser incapaz de oír a su joven conciencia. Entonces se sintió agradecido. Nunca se lo diría a ella, pero la recordaría siempre por haberle hecho ese impagable favor.

    El niño tímido e inseguro de su interior ni siquiera alzó la voz, simplemente sonrió. Sabía que su alter ego del presente no tenía más remedio que morderse la lengua y reconocer que, a partir de ahora y tras tantos años, volvería a pedirle opinión a esa voz aniñada antes de pensar, ni por asomo, que conquistar a una mujer interesante era tarea fácil.

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